martes, 22 de agosto de 2017

ATARDECER JUNTO AL MAR

PASEO CON EL OCASO























Atardece en La Pineda. Acababo de terminar, como en multitud de ocasiones, la reincidente lectura de “El viejo y el mar”. El viejo, exhausto y a duras penas llega a puerto con el enorme espinazo blanco del pez espada que había pescado y amarrado al lateral del bote; lo habían devorado los tiburones de vuelta a casa.
Por mi parte, esta vez en lugar de salir a andar como suelo hacer a primera y a última hora del día, salgo a pasear en busca de vistas menos habituales a las típicas de la playa. El espinazo del rompeolas que delimita el lateral sur de la playa era un buen lugar para ver el atardecer. Estaba formado por grandes piedras de todo tipo y colores, colocadas a hueso haciendo que el paseo sobre él precisara de la ausencia de despistes para no caer en alguno de sus profundos agujeros; y no creáis que esto era poco probable, ya que la arenilla que cubría muchas de estas rocas hacía que el pie resbalase con gran facilidad, sobre todo si ibas con calzado poco apropiado como era mi caso.





Los últimos en aprovechar la tarde en el mar, intentaban con sus redes (tipo caza-mariposas) pescar algún pulpo al borde del rompeolas. Oscurece e inicio mi vuelta al apartamento para cenar, paseando esta vez por el borde de la playa, intentando no ser alcanzado por las olas.





En la orilla, como el bote y el gran espinazo del pez espada de mi libro, aparecen varados al borde de la playa dos grandes peces y una sirena “Con el corazón partío”, como en la canción de Alejendro Sanz. Uno de los peces, al igual que en la historia de mi libro, aparece mutilado como si hubiese sido atacado por un gran escualo. Pero en esta ocasión me quedé sin saber de sus historias; quizás, como en el libro de Hemingway, detrás de ellas haya una historia de lucha, y heroísmo, fuerza moral y soledad; o simplemente respondan a la grandeza de un fracaso.











¡Que seáis felices!

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