PASEO CON EL OCASO
Atardece
en La Pineda. Acababo de terminar, como en multitud de ocasiones, la
reincidente lectura de “El viejo y el mar”. El viejo, exhausto y a duras penas
llega a puerto con el enorme espinazo blanco del pez espada que había pescado y
amarrado al lateral del bote; lo habían devorado los tiburones de vuelta a
casa.
Por
mi parte, esta vez en lugar de salir a andar como suelo hacer a primera y a
última hora del día, salgo a pasear en busca de vistas menos habituales a las típicas
de la playa. El espinazo del rompeolas que delimita el lateral sur de la playa
era un buen lugar para ver el atardecer. Estaba formado por grandes piedras de
todo tipo y colores, colocadas a hueso haciendo que el paseo sobre él precisara
de la ausencia de despistes para no caer en alguno de sus profundos agujeros; y
no creáis que esto era poco probable, ya que la arenilla que cubría muchas de
estas rocas hacía que el pie resbalase con gran facilidad, sobre todo si ibas
con calzado poco apropiado como era mi caso.
En
la orilla, como el bote y el gran espinazo del pez espada de mi libro, aparecen
varados al borde de la playa dos grandes peces y una sirena “Con el corazón
partío”, como en la canción de Alejendro Sanz. Uno de los peces, al igual que en la historia de mi libro, aparece mutilado como si hubiese sido atacado por un gran escualo. Pero en esta ocasión me quedé
sin saber de sus historias; quizás,
como en el libro de Hemingway, detrás de ellas haya una historia de
lucha, y heroísmo, fuerza moral y soledad; o simplemente respondan a la grandeza
de un fracaso.
¡Que seáis felices!
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