POESÍA Y PROSA VARIA
(De Agustín Fernández Virto)
Foto: María Figueras
Eras la Tierra
y yo aire transparente,
invisible...
Envolvía la sierra;
besaba su pendiente
apacible...
Seguía
tu movimiento;
gozaba tu día,
mordían tus noches
en mi firmamento
con lloros
de plateados broches,
incrustados
como poros en el azúl.
Eras vaporoso tul.
Flotabas para mí
ideal,
majestuosa...
y nunca te descubrí
que me rasgó tu coral
una llaga dolorosa.
Eras rosa
codiciada,
que deja
las caricias de tu olor,
y yo fui
cual delicada abeja,
que loca por tu color,
revoloteaba inquieta
sin posar en tu corola,
Fui víctima que respeta
al tirano que la inmola
en un feliz sacrificio.
Eran tus labios el quicio
que detenía mi paso;
era tu candor el vaso
del remedio contra el vicio.
Tu alma fue el ataúd
donde yacían mis restos
admirando tu virtud;
fue tu cuerpo la salud
y fueron hielo tus gestos.
Era dupla tu coraza de acero,
orgullo de nuestra raza
y del forjador ibero.
Tu reír,
lo mismo que los arpegios
de la música divina,
y me sentía morir,
entre dulces sortilegios,
en mortaja vespertina.
Eras el eje mundial;
el Herodes de Belén;
eras el Árbol del Mal
con el fruto de mi bien.
Estabas en todas partes,
serena;
por encima de las artes,
de gracia llena;
con sonrisas de Gioconda
y pureza de Murillo;
la mirada honda,
de celeste brillo.
Eras polimorfo dios,
intangible,
omnipotente...;
amor invisible,
que forjó la mente.
Eras un vergel de Mayo
en tormenta de cabellos
y tenían sus destellos
los resplandores del rayo.
Coronabas rascacielos
y sostenías los cielos
cual cariátide plateada,
y tu paso producía
volcanes de simpatía
y murmullo de cascada.
Eras un ser sobrehumano
con tributos divinos
y regías con tu mano
el imperio soberano
de terrenales destinos.
Llenabas los espacios
infinitos...
Eran topacios
los de tu boca sangrante;
eran soles de Levante,
dos oasis del Sahara,
los dos soles de tu cara,
entre visiones de Dante.
Eras la fe
del cristiano...
Eras Salomé
con su trofeo en la mano...
Eras Judit y Dalila
con redes de telarañas...
Era Atila,
arrastrando las montañas.
Eran tus negras pestañas
de mantones de Manila
suaves caireles,
y tus cejas dos pinceles
de los artistas querubes,
pintores de Inmaculadas,
incrustadas en las nubes.
Tu voz callaba los trinos
del canoro ruiseñor;
tus dedos albastrinos
abrigaban el calor
de mil Vulcanos,
y tus manos,
de española dama,
eran tiernas...
de algodón en rama.
Eran columnas tus piernas
en el templo de Cupido,
donde me había dormido.
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¿Idolatría....?
¿Sueño....?
Al llegar el día,
me vi tan pequeño
y te vi tan colosal,
que estando despierto creo
en la existencia real
del divino pedestal
donde te puso Morfeo.
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(Del libro "POESÍA Y PROSA VARIA" que encuadernó mi padre en sus últimos años para cada uno de sus seis hijos. Quitando sus escritos de investigación y de arte, sus poesías y poemas, la mayoría,
dormían entre sus viejos papeles sin haber sido publicados nunca. Este "SUEÑO" lo despierto después de tantos años, en su recuerdo.)
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